El Tratado de Almizra, un caso de
diplomacia medieval
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EL SALT, 1
(Revista del Instituto Alicantino de Cultura Juan
Gil-Albert) |
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Desde lo alto del cerro de San Bartolomé, en Campo de Mirra, se aprecian tierras de cuatro provincias: Alicante, Murcia, Albacete y Valencia; pero para ello es necesario posarse en su cumbre, a 685 metros de altura, entre los restos de las ruinas del castillo de Almizra. Si desde allí se mira al suroeste se ven, en parte, los términos municipales de Villena, Yecla o Caudete, tres poblaciones de habla castellana. Hacia el noreste se distinguen Campo de Mirra, Benejama, Bañeres y se divisa algo del término de Bocairente, poblaciones que como Biar, al sur, son de habla valenciana. Las diferencias lingüísticas no son casuales. En cierto modo, es el legado cultural de un suceso político del siglo XIII: la frontera que el 26 de marzo de 1244 pactaron en ese mismo castillo los antiguos reinos de Valencia y Murcia, incorporados a las Coronas de Aragón y Castilla respectivamente. El Tratado de Almizra lo firmaron Jaime I el Conquistador y el infante castellano Alfonso, hijo de Fernando III y posterior rey Alfonso X el Sabio. El primero tenía treinta y seis años; el segundo veintitrés. En sus campañas militares de expansión por la península, sus antecesores establecieron en el siglo XII una intensa actividad diplomática para distribuirse la conquista futura de tierras en poder musulmán. Los Tratados de Tudilén en 1151 (en Navarra, cerca de Aguas Caldas) y de Cazola en 1179 (lugar que algunos investigadores sitúan en la calzada de Medinaceli a Ariza, en el llamado Corral de Cacala) dibujaban la frontera de ambas Coronas al sur del Júcar. Por el acuerdo de Tudilén, suscrito por Alfonso VII y Berenguer IV, se le adjudicaba a Aragón, además de las tierras que quedaban al sur del río, el derecho a anexionarse el Reino de Murcia, salvo los castillos de Lorca y Vera. Por el de Cazola, que firmaron el aragonés Alfonso II y el castellano Alfonso VII, se revisaban estos límites y se desplazaban hacia el norte. La línea la marcaba, ahora, Biar por el interior y Calpe por el mar, pasando para Castilla lo que estaba al sur de estas poblaciones; es decir, el Reino de Murcia. El pacto, con las habituales menciones de que su vigencia era a perpetuidad y obligaba a los sucesores, dejaba avisadas a ambas partes con un compromiso: "que ninguno de los dos quite o disminuya al otro algo de la parte a cada uno asignada, ni de otro modo ninguno de los dos maquine astutamente algún obstáculo contra la ya dicha división". Nada, por tanto, hacía presagiar conflictos insalvables entre los dos reinos cristianos. Sin embargo, las dificultades llegaron sesenta y cinco años después con nuevos protagonistas. Para entonces, tras la conquista de Baleares por la Corona de Aragón, el rey Jaime I había emprendido con éxito la del Reino de Valencia, pero las negociaciones que los castellanos tenían abiertas en 1244 con el alcaide musulmán de Játiva para que les entregase esta plaza motivó que Jaime I pretendiera Villena, Sax, Caudete y Bugarra. La conquista de Játiva correspondía al Reino de Valencia; la de Villena, Sax, Caudete y Bugarra, que acabaron entregándose a Jaime I, incumbía a Castilla. Aunque las relaciones políticas seguían siendo amistosas prueba de ello era el acuerdo de matrimonio entre el infante Alfonso con la todavía niña Violante, hija de Jaime I y su segunda esposa Violante de Hungría, el peligro de entrar en guerra llevó a unos y a otros a concertar una entrevista de urgencia en marzo de 1244. Como lugar de encuentro se escogió el castillo de Almizra, que estaba ya en poder del Reino de Valencia. Durante siglos, sólo una fuente proporcionó información de lo que ocurrió en su recinto en cuatro jornadas: la "Crònica" o "Llibre dels Feits" de Jaime I. El relato comienza a ocuparse de la cita con la solicitud de Alfonso. "Enviá'ns messatge l'infant don Alfonso que es volia veer ab nós, e pregà'ns que li exíssem a Almiçra", dictó el autor de la "Crònica", que asistió en compañía de sus hombres de confianza y su esposa Violante. Jaime I invitó al infante a aposentarse en el castillo, pero éste prefirió acampar con sus tiendas a la falda del monte, "al peu del puig d'Almiçra". El juego diplomático lo abordaron las dos partes con distinto estilo. Mientras que Jaime I asumió personalmente las negociaciones, el infante Alfonso delegó en el Maestre de Uclés y en Diego de Vizcaya. Con ello no sólo confiaba el peso de su estrategia a las habilidades de dos colaboradores más experimentados sino que evitaba la adopción de decisiones inmediatas, puesto que sus embajadores demoraban respuestas con la excusa de tenerlas que consultar. El litigio sobre Játiva, cuya plaza llegaron los emisarios castellanos a reclamar como dote de la hija de Jaime I al futuro matrimonio con el infante, centró las discusiones y obligó al Conquistador a poner su ardor en la defensa de esta población. Jaime I dio de sí mismo en la "Crònica" una imagen de dureza en el debate, hasta el punto de atribuirse una amenaza a los castellanos: "Qui en Xátiva volrà entrar sobre nós haurá de pasar". La tensión llega a tal extremo que ordenó, en cierto momento, ensillar la caballería con el propósito de regresar a sus posiciones, dando por terminadas las vistas. Sólo las lágrimas de Violante de Hungría y su insistencia en la necesidad de llegar a una solución pacífica aportaron calma, lo que forzó también al Maestre de Uclés y Diego de Vizcaya a comunicar a Alfonso la oportunidad de replantear sus peticiones. El desenlace no fue más que una cesión de ambas partes: Alfonso renunció a Játiva y, a cambio, recuperaba Sax, Villena, Caudete y Bugarra. El encuentro se resolvía con el trazado de una frontera que, según la "Crònica", corría desde Almizra por Biar, Castalla y Jijona hasta conectar con el mar. Tras redactar las cláusulas del convenio, el escribano anotó la fecha: "Data Almiçrano cum ibi haberent colloquium septimo kalendas Aprilis anno MCCXL quarto era MCCLXXX secunda", lo que vertido al calendario actual equivale al 26 de marzo de 1244. Las consecuencias políticas del encuentro pueden deducirse sobre cualquier mapa que represente esta frontera. Castilla aseguraba su salida al mar a través del Reino de Murcia y cerraba el avance de un posible competidor, militarmente respetable, en la futura conquista del sur peninsular. A la Corona de Aragón, en cambio, la solución le frenaba por ese extremo (luego, con el Tratado de Corbeil de 1258, también fijaría su límite por el norte) En realidad, todo quedaba en Almizra como en el Tratado de Cazola, pacto que Roque Chabás, el historiador y clérigo de Denia, ya consideró en 1909 "de funestas consecuencias" porque sirvió "de barrera a la expansión aragonesa". Sin posibilidad para la Corona de Aragón, pues, de extenderse hacia el oeste, donde lindaba con Navarra y Castilla, Almizra confirmó lo pactado cuarenta y cinco años antes y subrayaba ese tope meridional. Cualquier acción futura de expansión pasaba por una de estas dos opciones: el mar Mediterráneo o vulnerar los pactos. Esa es la razón por la que Joan Fuster calificaba también al Tratado de Almizra como una "hipoteca intolerable sobre el futur de la Corona". La estrategia diplomática de los castellanos merece, en cambio, un comentario. La historiografía valenciana ha tendido a magnificar la contundencia política de Jaime I y su papel pacificador en las jornadas de Almizra, presentando a los castellanos como vencidos. Los resultados del encuentro y el análisis de algunos detalles de su propio relato permiten, en cambio, otras hipótesis. Hay que observar que los embajadores del infante mantuvieron su reclamación de Játiva hasta el límite, hasta el momento en que Jaime I decidió zanjar la discusión. Pero replegaron velas cuando percibieron el riesgo de no obtener acuerdo. Esta reacción podría inducir a la sospecha de que para Castilla no era Játiva el punto innegociable y que su interés estaba más en clarificar la frontera al sur del Júcar, solución que, por lo pronto, contenía la presencia militar de la Corona de Aragón a las puertas del Reino de Murcia. Vistos los resultados cabe preguntarse si Játiva, en cuya defensa puso toda su vehemencia Jaime I, fue durante aquellos días de marzo de 1244 una verdadera obsesión para los castellanos o una argucia encubridora de sus verdaderas intenciones, que posiblemente consistían en asegurar el cumplimento de lo pactado en Cazola. Es una duda razonable. De hecho, la vigencia jurídica del Tratado de Almizra no fue definitiva; se mantuvo sólo sesenta años. Y no fue Castilla que incluso recibió, años después, ayuda militar de Jaime I para defender ciertos puntos ante revueltas musulmanas quien la rompió sino Jaime II, nieto del rey Conquistador, que ocupó el Reino de Murcia en los últimos años del siglo XIII, forzando la Sentencia Arbitral de Torrellas del 8 de agosto de 1304 por la que se describió una nueva frontera. En ella se añadían al Reino de Valencia poblaciones y tierras que en 1244 quedaron para Castilla: entre ellas, Villena, Novelda, Alicante, Elche, Crevillente y Orihuela. Pero tan apasionante como los sucesos que concluyeron con el entendimiento pacífico de Almizra es la historiografía que se ocupó del encuentro. La "Crònica" es un relato memorial, personal y, en consecuencia, parcial al que no tuvieron más remedio que referirse los investigadores hasta la primera década del siglo XX. Ni el infante Alfonso ni ningún otro testigo dejaron escrita su versión. No era posible cotejar, por tanto, el relato de Jaime I con otras visiones de los hechos. Sólo la documentación podía confirmar, cuestionar o completar lo contado por Jaime I. Incluso el trazado de la frontera se conocía por los topónimos mencionados en la "Crònica", donde no se citaba su fecha. El texto exacto del documento suscrito no se conoció hasta 1905, año en que publicó su primera transcripción latina Andrés Giménez Soler en las páginas del "Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona". Utilizaba la copia conservada en el Archivo de la Corona de Aragón de Barcelona. Sin embargo, es muy probable que el descubrimiento de este documento no se debiera a él sino a Roque Chabás, tal vez en su visita al Archivo de 1886. Ya en 1887 este investigador dianense dio en "El Archivo", la revista histórica que fundó y dirigió, una fecha muy aproximada del pacto de Almizra el 24 de marzo de 1244 con un error de dos días. Difícilmente hubiera podido proporcionar semejante dato sin conocimiento del papel. Por Teodoro Llorente sabemos, además, que el documento se conocía ya en 1889. Con todo, Chabás no publicó su transcripción latina hasta 1909, cuando ya se le habían adelantado Giménez Soler y el abogado valenciano Salvador Carreres Zacarés, que la incluyó y la tradujo al castellano en su tesis doctoral presentada el 2 de junio de 1908. Veintiún días después se este acto académico, se leía una ponencia de Chabás en el I Congreso de Historia de la Corona de Aragón celebrado en Barcelona. En ella informaba que el hallazgo del Tratado de Almizra "fue casual, pues salió de un legajo de papeles sin catalogar". Al año siguiente, en su obra "Episcopologio valentino", el dianense llegaba a más y se atribuía ese hallazgo al aludir al documento, "encontrado entre las Cartas de papel, núm 127, del Archivo General de la Corona de Aragón, por el autor de estos estudios". Nadie se lo discutió. El texto del documento confirmaba el trazado citado por Jaime I. Pero a primeros del siglo XX todavía estaba pendiente de resolver una cuestión. ¿Dónde estuvo la antigua Almizra? En la confusión tenía parte de culpa la primera edición impresa de la "Crònica", en 1557, en la que se colaba, junto a la mención "Almizra" la de "Algezira". Bernardino Gómez Miedes, en su "Historia del Muy Alto e invencible Rey Don Jaime de Aragón, Primero de este nombre llamado El Conquistador" de 1584, perpetró en cambio el primer desaguisado cuando escribió de Almizra que "agora es Almansa". La costumbre en siglos siguientes, muy arraigada en cronistas e historiadores clásicos, de copiarse unos a otros prolongó la incertidumbre. Gerónimo Zurita habló de Alcira en el siglo XVI en sus "Anales de la Corona de Aragón"; Francisco Diago, en el siglo XVII, también escribía "Alzira" en sus "Anales del Reyno de Valencia", mientras que Escolano identificaba el lugar con Almansa en la primera parte de sus "Décadas" y suponía en la segunda parte que estaba cercano a Biar. Juan B. Perales, en las anotaciones que hizo en 1879 a la obra de Escolano, insistió en Almansa, lo que no pasó inadvertido a Roque Chabás en 1887, que le consideró "muy cándido" y le enmendó: "Una Almizra hemos visto hemos visto cerca de Gandía y otra Almizra inmediato a Benejama que con ella pagaba en 1255 la contribución de quinientos sueldos. Allí se formaron las paces entre suegro y hierno [sic]". Aceptando, pues, una insinuación de Escolano, Chabás imprime un giro en la historiografía, que a partir de entonces comenzará a abandonar la posibilidad de que Almizra sea Almansa. Más decidido estuvo Teodoro Llorente, que ya emparentó el lugar con Campo de Mirra en 1889. Las sospechas de Chabás y la manifestación de Llorente debieron condicionar juicios futuros; pero lo curioso es que la conclusión a la que se llegaba estaba en el ánimo de otros desde fines del siglo XVIII. Era el caso del informe que encargó Francisco Fabián y Fuero, arzobispo de Valencia, para enviarlo al ministro Floridablanca en 1791. En las anotaciones sobre el "Despoblado de Almizra" se registraba que "en las inmediaciones de la partida de Campo había un pueblo grande con su Castillo llamado Almizra". Campo, que todavía no disfrutaba entonces de independencia municipal, fue el nombre anterior de Campo de Mirra hasta 1849. Al no publicarse, este informe no tuvo influencia alguna en la historiografía decimonónica. Los titubeos no se acabaron hasta el siglo XX. Todavía en 1905, al transcribir Giménez Soler el texto del Tratado, dejó que se le colara el topónimo Almansa, si bien Carreres Zacarés no tardó en corregirlo y en transcribir Almizra. La aparición del alicantino Figueras Pacheco, que se sumaba a su identificación con Campo de Mirra en el volumen dedicado a la provincia de Alicante de la "Geografía General del Reino de Valencia", es otro capítulo. Las más de mil doscientas páginas del tomo las escribió este estudioso ciego entre 1912 y 1916. "A juzgar por el nombre que tiene este pueblo y por su situación en las inmediaciones de Biar y de la línea divisoria de los antiguos reinos de Valencia y Murcia apuntaba, no parece aventurado inclinarse por Campo de Mirra, con preferencia a la villa de Almansa, para fijar el solar ocupado en el siglo XIII por el castillo de Almizra". Más adelante añadía que en la cumbre del monte San Bartolomé existían "vestigios de un castillo o fortaleza, que quizá sean los de la renombrada Almizra". El debate estaba cerca de finalizar, aunque la certificación definitiva no llegó hasta los años veinte, curiosamente de la mano de alguien que no era historiador. En 1921 un joven maestro tomaba posesión de su destino en las escuelas de Campo de Mirra. Se llamaba Joaquín Cartagena, procedía de Guardamar del Segura y su inquietud educativa le llevó a escribir y editar por su cuenta en 1925 un opúsculo titulado "Notas de Campo de Mirra". En una de sus páginas incluyó el boceto de escudo de armas local que contenía "un castillo almenado, símbolo del famoso de Almizra". Convenció al Ayuntamiento para que solicitara el reconocimiento oficial del escudo. Se iniciaron los trámites administrativos, pero al poco tiempo, en julio de 1926, se recibió un oficio de la Gobernación de Alicante por el que se comunicaba al alcalde un informe emitido por la Real Academia de la Historia. Se desaconsejaba en él el boceto propuesto y se expresaban algunas directrices que invitaban a corregir el diseño. Lo trascendente de este informe residía, en cambio, en una manifestación que confirmaba las tendencias de últimas décadas sobre la situación de Almizra. "El actual Ayuntamiento de Campo de Mirra, corresponde en parte por sus términos jurisdiccionales, con la antigua población de Almiçra", aseveraba la copia mecanografiada. Incluso sugería que en la parte inferior del escudo se incluyera, con relación al pacto que suscribieron Jaime I el Conquistador y el infante Alfonso, "dos manos rectas, opuestas y enlazadas en cuanto en heráldica denotan paz, alianza y amistad". El dibujo se adaptó a las recomendaciones académicas y fue aprobado en noviembre, pero lo importante para la historiografía que se ocupaba del Tratado de Almizra era que la iniciativa de un maestro provocó el final de una remota polémica. Una polémica inaugurada por Bernardino Gómez Miedes trescientos cuarenta y dos años atrás. |
La historia recreada Cada 25 de agosto, a las
nueve y media de la noche, los acontecimientos que
tuvieron lugar durante cuatro jornadas en el castillo de
Almizra en 1244 se recrean al aire libre en Campo de
Mirra. Ante a la fachada de la Iglesia, cuarenta actores
dan vida a los personajes históricos que protagonizaron
el camino al pacto medieval. El Tratado de Almizra se
firmó un 26 de marzo, pero la celebración en agosto de
las fiestas locales de moros y cristianos es lo que
aconsejó introducir el acto en su programación.
Almizra, Almiçra Desde la primera edición
impresa de "El Llibre dels Feits" de Jaime I en
1557 los historiadores que escribieron en castellano
utilizaron la forma Almizra, mientras que en valenciano
sería más correcto escribir Almiçra. La procedencia
árabe del topónimo ya se citaba en el informe que la
Real Academia de la Historia redactó en 1926 e hizo
llegar al alcalde de Campo de Mirra, aunque sin atreverse
a concretar su significado. En realidad, este informe no
pretendía otra cosa que desmentir que el nombre de la
población tuviera algo que ver con la mirra. Los
filólogos e historiadores modernos, que coinciden en la
procedencia árabe del nombre medieval, tampoco se han
puesto de acuerdo sobre su significado y aportan diversas
interpretaciones. Cabanes Pecourt sostenía en 1981 que
el nombre venía de Al-Misra, por lo que podría
traducirse como "el señor", "el
propietario" o "el jefe". Carme Barceló
Torres se decantaba por pensar en 1982 que procedía de al-misrán,
es decir, "los dos límites" o "las dos
comarcas". Recientemente David Garrido ha apuntado
la posibilidad de que el topónimo fuera Almisrà,
derivado del árabe al-mazraa, que daría un
significado de "campo". Curiosamente, Campo de
Mirra se denominó Campo hasta 1849. BIBLIOGRAFÍA |