Azorín: el cronista de rara modernidad
JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

HOJA DEL LUNES (Asociación de la Prensa de Alicante)
Abril 2005

Por diciembre de 1945 Azorín se hacía una pregunta en ABC que él mismo se respondía: "¿Qué es la noticia? El núcleo del periodismo". Para alguien que tenía un profundo conocimiento de su oficio –a juzgar por éste y otros juicios que suscribió– uno de los momentos más comprometidos de su trayectoria en prensa, aunque también uno de sus más logrados, debió vivirlo en su viaje a La Mancha de 1905 para escribir las quince crónicas de la serie "La ruta de Don Quijote" que le encargó el director de "El Imparcial", el diario que Azorín consideraba "la cumbre de la fama periodística". En los pueblos y lugares que visitó durante el mes de marzo no ocurría nada que, en principio, pudiera llamar la atención a cualquier periodista convencional; pero la sensibilidad y originalidad azoriniana estaba especialmente dotada para convertir lo cotidiano en noticia, para llevar a la rotativa el relato de la rutina, para nutrirse de lo que en cada ambiente permanecía a diario: los pueblos silenciosos y quietos de La Mancha, los caminos por las llanuras, el paisaje, las conversaciones de siempre entre sus habitantes. Con semejante materia Azorín resolvió la misión y remitió una serie de textos que, al poco, se editaron en libro; con ello escaparon de la efímera vida que prometía el periódico.

Para el periodista actual, la obra ofrece interesantes guiños sobre el quehacer de un cronista de viajes en los primeros años del siglo XX. Acostumbrados en este siglo XXI a los ordenadores portátiles, las cámaras digitales y los teléfonos móviles, contrastan los modos de escribir y viajar de Azorín. Instalado en una fonda de Argamasilla de Alba durante los primeros días, se desplazó después por los lugares de su itinerario en un carro alquilado, conducido por un antiguo confitero de Alcázar de San Juan. Fue a Puerto Lápice, Ruidera, la cueva de Montesinos, Campo de Criptana, El Toboso; y quizá José Ortega Munilla, director de "El Imparcial", pensó que su colaborador de estreno –Azorín acababa de dejar el diario "España"– podía verse asaltado en algún solitario camino de La Mancha, de ahí que le prestara un revólver que no tuvo que utilizar. El escritor aprovechó las paradas y las habitaciones de las posadas para redactar a lápiz, a veces a la luz de una bujía, las crónicas que enviaba. Sus textos eran tan poco convencionales que no todos sus colegas lo apreciaron. Alguien debió contarle a su regreso, o tal vez mucho después, que había quien los leía en voz alta y enfática cuando llegaban a la Redacción, tratando de ridiculizar su hechura. "La entonación altisonante contrasta infelizmente con mi prosa menuda, detallista, hecha con pinceladas breves", reconoció Azorín cuando contó ese mismo episodio en su libro "Madrid" (1941)

Y, sin embargo, lo que cultivaba el escritor de Monóvar era una suerte de crónica literaria que se anticipaba en décadas al denominado Nuevo Periodismo; todos los recursos que hicieron famosos a una generación de reporteros estadounidenses a partir de los años sesenta están, curiosamente, en "La ruta de Don Quijote" y en otros escritos azorinianos primeros de siglo: el uso del diálogo, la recreación y descripción de la escena que rodea a los personajes, la inclusión del propio periodista como un protagonista más de la noticia y hasta la exposición de sus meditaciones. En realidad, los de Azorín eran artículos subjetivos que renunciaban al distanciamiento típico, a esa visión externa de la noticia sin involucrarse en ella. Naturalmente, ninguno de los "nuevos periodistas" le leyó, que se sepa, ni supo de un precursor europeo que hace cien años introdujo en las páginas de los periódicos una rara modernidad.