"El
Salt", nombre de una casa
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HOJA DEL LUNES
(Asociación de la Prensa de Alicante) |
Entre las páginas más emotivas
que he leído de Juan Gil-Albert figuran las que refieren
un acontecimiento familiar que sucedió en 1958. Llevaba
once años en España desde su regreso del exilio, vivía
en Valencia y realizaba entonces el más extraño viaje
para él a su ciudad natal, Alcoy. Desde que
su padre, propietario de una ferretería en Valencia,
adquirió en 1912 un viejo molino contaba
Gil-Albert ocho años que reconvirtió en casa
campestre de tras plantas, dotada de amplio jardín, su
familia acostumbraba a pasar los veranos allí. El padre
homenajeó a su esposa adjudicándole al edificio su
nombre: "Villa Vicenta". Junto a un imponente
peñasco que le daba sombra, la casa se aposentó sobre
una balconada natural, escalonada, que permitía ver la
ciudad. Al jardín se le dotó de capilla y en los muros
de piedra que protegían su parte trasera se abría una
cueva. El paraje tenía otras casas y se enriquecía en
tiempos de lluvia con un salto de agua, con una cola de
caballo que sirvió para que fuera conocido como "El
Salt". En las estancias de la villa, en su jardín,
Juan Gil-Albert leía y escribía en estío. Allí,
además, existe en la actualidad un yacimiento
prehistórico que revaloriza el interés arqueológico de
la zona. No es extraño, por tanto, que el Instituto
Alicantino de Cultura que lleva el nombre del escritor
que transitó por semejante escenario, oyendo las
cigarras, haya optado por llamar a su nueva revista
"El Salt". A la finca le dedicó Gil-Albert puntuales referencias. "Llegar, para mí, al campo, ha sido siempre centrarme, sentirme criatura solidaria de esta paz: de este hermetismo, de este silencio", decía en "La trama inextricable", el mismo libro en que contaba que en su recinto escuchó de boca de su cuñado médico, justo al regresar el poeta de su exilio en agosto de 1947, una tremenda confidencia: la confesión de la enfermedad que padecía, la que se lo llevó en pocos meses. Pero me he referido a las páginas emotivas en las que Gil-Albert recordó un suceso del 58: su viaje más penoso a Alcoy. Por esta vez, no iba a veranear sino a vender la casa de "El Salt" a la Iglesia de Santa María, acuciado por la deuda a una Caja de Ahorros que había concedido un préstamo al negocio familiar. Cuando se conoce el significado que tuvo la casa para él es humano comprender su congoja. Fue en octubre; le acompañaba su hermana Laura. Sintió la extrañeza que suponía hospedarse en un hotel, ya sin hogar en Alcoy. Sus últimos momentos en "El Salt" fueron narrados en "Concierto en mi menor", en 1964. "Subimos a la finca para recoger algunos enseres íntimos, ropa, algunos libros, unos retratos; nos paseamos, después, en silencio, por el jardín y la olmeda y, bajando a la huerta, por los bancales, bordeados de olivos viejos. Visitamos, también, en lo alto la gruta colgada de culantrillos y a través de cuya piedra se destilaba goteante una linfa purísima. Mirábamos, por última vez, dentro de aquel inolvidable murmullo del agua, el espolón de roca que nos servía de muro fabuloso y su densa cortina de yedras de cuyas ramas balanceantes salía de vez en cuando la vibración de un pájaro tardío". Se despidieron de los vecinos, "y el coche salió deslizándose por el aire que había sido tan nuestro". La casa, en estado preocupante, es hoy propiedad de la Generalitat Valenciana. |