Azorín en la rebotica

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

LA REVISTA DE FARMACIA, febrero 2004

Se le quedan a uno escenas de sus lecturas. No eludo mencionar aquí la graciosa comparecencia de Azorín en la botica de Argamasilla de Alba, donde se le puso en comprometido trance en 1905, cuando se cumplía el tercer centenario de la aparición de la primera parte del Quijote. Días antes, el director del diario El Imparcial, Ortega Munilla, le proporcionó un revólver como aviso previo a su partida hacia La Mancha, a recorrer la ruta de don Quijote. "Ahí tiene usted ese chisme por lo que pueda tronar", le avisó después de darle instrucciones: "Va usted primero, naturalmente, a Argamasilla de Alba". La elección de Argamasilla no era, en modo alguno, casual. El vecindario del pueblo ciudadrealeño daba por seguro que aquél era el lugar manchego de cuyo nombre no quería acordarse Cervantes al inicio de su obra. Ya entonces circulaba la versión de que éste estuvo preso allí por un escarceo de faldas, y que se inspiró en un vecino del pueblo, Rodrigo de Pacheco, retratado en la Iglesia, para crear su personaje de Alonso Quijano.

Azorín se desplazó en tren y convirtió Argamasilla en protagonista de cuatro de sus quince artículos. Su contacto con los autodenominados "académicos" locales fue lo que le llevó –en compañía del clérigo don Cándido y su hermano don Luis– al reservado espacio al que aquellos amigos acudían a leer pasajes cervantinos: la botica del licenciado don Carlos Gómez. De la visita azoriniana quedó una descripción impagable: "Ponemos nuestras plantas en la botica; después pasamos a una pequeña estancia que detrás de ella se abre. Aquí, sentados, están don Carlos, don Francisco, don Juan Alfonso. Los tarros blancos aparecen en las estanterías; entre un sol vivo y confortador por la ancha reja; un olor de éter, de alcohol, de cloroformo, flota en el ambiente". Y allí, al olor de todo aquello, don Luis reveló el sacrilegio del visitante, del que se acababa de enterar por el camino: "El señor Azorín decía que don Quijote no ha existido nunca en Argamasilla, es decir, que Cervantes no ha tomado su tipo de don Quijote de nuestro convecino don Rodrigo de Pacheco". Las expresiones incrédulas de ¡caramba!, ¡hombre, hombre! y ¡demonios!, no disimuladas por los presentes, siguieron a esta revelación, si bien don Luis aseveró que Azorín estaba ya casi convencido de que don Quijote vivió en Argamasilla, lo que sin duda tranquilizó a sus contertulios.

La escena, aunque anecdótica, es una ocasión para evocar el rastro que ha ido dejado en la literatura la tradición de conversar en reboticas. Es cierto que la voz tertulia procede de las reuniones que en tiempos de Felipe IV se convocaban para comentar obras de Tertuliano, pero acaso las más auténticas hayan tenido por escenario las boticas. José Luis Urreiztieta tuvo la paciencia de censar las de más renombre en su libro Las tertulias de rebotica en España: desde la madrileña que en el siglo XVIII dio origen a la Academia de Medicina a las que conocieron o recrearon literariamente Pardo Bazán, Baroja, Machado o Valle Inclán. A la vista de sus relatos, no es excesivo concluir que en la historia de la comunicación humana las farmacias merecen su lugar.