Entrevista a Camilo José Cela

"Tenemos un Rey que no nos lo merecemos"

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

LA VERDAD, Alicante, 15 septiembre 1988

Nadie está a salvo de un atraco. Camino del Ritz, en Barcelona, Camilo José Cela fue abordado por dos jóvenes con el ánimo de apropiarse de sus billetes. De pronto, los pícaros reconocieron el rostro de su víctima: "Perdone, don Camilo, no le habíamos reconocido". Y echaron piernas, sin consumar sus pretensiones. La fama es así de generosa; y Cela, en verdad, no tiene queja de ella. La suya es una fama ganada a golpe de estilográfica, aunque no falten elementos que se ensañen tentándole a que suelte un taco o inquietándose por lo más nimio de su último libro, Cristus versus Arizona: la carencia de puntos y aparte. Pongamos que este hombretón de elevada estatura y panza próspera, nacido en lria Flavia hace setenta y dos años, es mucho más. Pongamos que es la versión moderna del Arcipreste de Talavera, de Quevedo o de aquellos autores que se empecinaron en escribir novelas picarescas. Es el idioma del pueblo elevado a la mejor literatura. Un gallego que ha hecho del castellano una delicia.

- A usted le expulsaron de tres colegios de frailes…

- Y uno de monjas.

- Dio coces en una película, se metió trajeado, en la inauguración de un monumento, en una fuente de Elche…

- Sí.

- Que por poco le da un patatús al electricista, que sabía de ciertos cables submarinos…

- Le dio, le dio un patatús al pobre.

- Reclamó una palangana en televisión, colecciona esquelas y se recorrió la Alcarria por segunda vez subido a un Rolls que guiaba una choferesa negra…

- Oteliña, sí.

- De muy buen ver, todo hay que decirlo.

- Y mejor palpar.

- Del Rolls se subió en globo, para cruzar las Tetas de Viana.

- Pero no en ese viaje: nos caímos. En otro intento.

- A lo que iba, ¿la extravagancia es rentable, don Camilo?

- Primero, no sé si es rentable o no porque yo no vivo de eso. Pero es que esto no encuentro que sea ninguna extravagancia. Hombre, andar en globo, andar en Rolls y meterse vestido en una fuente son actividades absolutamente normales.

- También dicen que a unas monjitas les abrió la puerta desnudo.

- No desnudo, yo estaba en taparrabos. Les quise dar la llave por la mirilla porque no podía abrir por dentro. Se pegaron tal susto que salieron corriendo. Pobres, eran muy buenas.

Un académico que no estudió gramática.

- Por encima de todo, por encima de viajero, académico y protagonista de numerosas anécdotas, usted es escritor.

- Hombre, claro. Soy el único que lo soy de verdad.

- Aunque digamos que un escritor curioso, que no estudió gramática.

- No, pero eso no fue culpa mía, sino culpa de los regímenes de bachillerato. Yo empecé con el plan Callejo, que tenía la Gramática española en los tres últimos cursos. Como me cogió de tránsito del uno al otro, en el cuarto año común, no estudié gramática jamás. La culpa fue del desbarajuste que históricamente invade a la Administración Pública española en materia de enseñanza. Entonces se llamaba Instrucción Pública, después se llamó Educación Nacional, después Educación y Ciencia, y ahora, quizás, sea conveniente llamarlo Educación y Ciencia-ficción.

- Pocos saben que Camilo José Cela empezó escribiendo poesía.

- Y tengo publicado mi primer libro de poemas: Pisando la dudosa luz del día.

- ¿Por qué no insistió en la poesía?

- Bueno, yo sigo escribiendo poesía, lo que sucede es que, mire usted, España es un país tan pobre que no da para tener dos ideas de una misma persona. Si uno escribe prosa o novela la gente no admite que además escriba poesía. Ahora empiezan a hacerme caso, ahora. Y no crea usted que demasiado.

- Quevedo compuso El Buscón a los veinticuatro años. Usted no le anduvo a la zaga y nos legó a sus veintiséis años La familia de Pascual Duarte.

- Que lo escribí a los veinticuatro.

- ¿Y cómo digirió el joven Camilo un éxito de semejante proporción?

- Al principio no se da uno cuenta, afortunadamente. Eso es una cosa que viene poco a poco, y uno lo asume bastante bien. Ahora, si de repente se encuentra usted que es una especie de genio esto sería muy ridículo. Y, probablemente, muy malsano. Yo creo que eso sería capaz de deformar a cualquier muchacho que le aconteciera.

- ¿Por qué le prohibió Arias Salgado La colmena?

- Pobre, era una buena persona, pero se recogía con papel de fumar. Después la aprobó Manolo Fraga, cuando accedió al Ministerio de Información y Turismo. Me llamó por teléfono: "¿Oye, esa novela sigue prohibida?", "Pues sí", y no pasó nada. Hay unas cartas vergonzosas, cruzadas entre dos botarates —uno se llamaba don Tomás Cerro Carrochán, director general de Prensa, y el otro se llamaba don Pedro Rocamora Valles, director general de Propaganda— dando normas para hundirme. A ellos se los ha comido la historia y yo estoy aquí. Porque la gran venganza del escritor es seguir escribiendo. Y de estos dos botarates, con «b» alta, ya no se guarda ni memoria, siquiera. Digo botarates para que quede claro.

Yo cumplí.

- En confianza, ¿qué le parece la Constitución, literariamente hablando?

- Literariamente podría haber sido mucho mejor, sin duda ninguna, sin detrimento de su eficacia política. Claro que no se trataba de hacer una pieza literaria, sino una herramienta política que sirviese para gobernar. Y está sirviendo para gobernarnos —toquemos madera y benditos sean los clementes dioses—, con lo cual ya ha cumplido su función.

- ¿Se sintió cómodo en su escaño del Senado?

- Mucho, mucho, mucho. Ayudar a hacer una Constitución, siquiera sea mínimamente, es muy bonito y muy emocionante. Y yo cumplí. Después quiso algún partido político presentarme a senador, pero yo tenía la teoría de que los senadores por designación real —yo me honré en aceptar la distinción que el Rey me hizo—, no debíamos presentarnos de nuevo, porque si el pueblo soberano nos rechazaba dejábamos en descrédito al Rey.

- ¿Es usted monárquico?

- Sí, claro, naturalmente. Es que hoy, en España, no se puede ser otra cosa. Vamos, me parecería suicida no serlo. Dicho sea de pasada, los españoles tenernos un Rey que no nos lo merecernos. Pero mejor para nosotros. Y que dure, que dure.