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| El pasado 28 de junio se puso en escena un brillante estreno al aire libre de la obra "El naixement de Jaume I" en Campo de Mirra. Escrita por el historiador Josep-David Garrido, el acto venía a ser una representación extraordinaria dentro de los actos del VIII centenario del nacimiento en 1208 de Jaime I el Conquistador. No era casual la elección de la sede. Desde 1976, curiosamente en otra efeméride sobre el mismo rey, la del VII centenario de su muerte, se comenzó a escenificar anualmente uno de los episodios diplomáticos que protagonizó: el Tratado de Almizra, por el que fijó en 1244 con su yerno el infante don Alfonso (posterior rey Alfonso X el Sabio) las fronteras meridionales del Reino de Valencia con el de Murcia, las fronteras que al sur del Júcar separaban la Corona de Aragón y la de Castilla, los límites que todavía explican por qué Villena o Sax son de habla castellana y poblaciones tan cercanas como Biar, Castalla o el propio Campo de Mirra son de habla valenciana. El caso es que la constancia organizadora de un pueblo de quinientos vecinos, capaz de poner en escena cada año con cuarenta actores una suerte de cumbre política medieval que resolvió el asomo de guerra que amenazaba a ambas Coronas por sus disputas territoriales, fue hace meses la más recomendable para concentrar una serie de actos en 2008 sobre el personaje, especialmente el que recordó su nacimiento combinando leyenda y documentación. 
		La Asociación del "Tractat d'Almisrá" fue precisamente una de las 
		primeras entidades que solicitaron públicamente, hace poco más de un 
		año, la declaración de 2008 como "Any Jaume I", cuando se echaban de 
		menos las declaraciones oficiales ante el evento y sólo el IAC Juan 
		Gil-Albert había apuntado iniciativas concretas como la edición facsímil 
		de la primera edición en libro de la "Crònica" de Jaime I, impresa en 
		1557. Son curiosamente estas memorias regias las que legaron el relato 
		de cuanto ocurrió en cuatro jornadas en Almizra: la instalación de Jaime 
		I y los suyos en el castillo, la renuncia del joven Alfonso a 
		aposentarse allí, prefiriendo acampar en la falda del monte, las 
		discusiones entre el monarca y los emisarios que enviaba el infante, que 
		nunca intervino directamente en las discusiones, los lloros de la reina 
		Violante de Hungría, esposa de Jaime I, que terció para que su marido 
		forzara un pacto cuando éste dio por rotas las negociaciones ante la 
		pretensión de los castellanos sobre Játiva, plaza a la que renunciaron, 
		y la solución pacífica que se adoptó. Tal vez por eso la pieza teatral 
		se ha convertido en algo más que la recreación de un suceso histórico. 
		Su simbolismo es válido para reiterar el mensaje de que la paz es una 
		misión en supuestos extremos, propuesta que la organización subraya 
		desde los años setenta, como si optara por guardar fidelidad a aquella 
		reflexión de un escritor francés que aseguraba que todo está dicho, pero 
		que como nadie atiende hay que repetirlo cada mañana. |