Sus maestros: Miró y Azorín
JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

25 marzo 2004

En "Crónica General" (1974) Juan Gil-Albert incluyó un capítulo que tituló "Mis maestros". Mencionaba tres: Gabriel Miró, Valle-Inclán y Azorín. En realidad, no se trataba de admiraciones desconocidas, pues con antelación les había dedicado páginas y elogios, especialmente a Azorín y a Miró. No fue ajeno en esa identificación el hecho de haber nacido en la misma provincia que ellos: "Nací bajo un signo geográfico y, fatalmente, Miró y Azorín habían de ser las dos estrellas mayores que me parpadearan en la noche incrustadas en el mismo cielo. La tierra, y su olor, era también la misma. La configuración de mi sensibilidad pareja".

Al alicantino Miró lo conoció en Madrid en 1927; fue en cierto modo el primer autor consagrado que trató. Durante aquel año lo veía con frecuencia en su casa o pasaba por su despacho del Ministerio de Instrucción Pública. Juan Gil-Albert contó en varias ocasiones que su primer contacto con su obra fue la lectura de "Figuras de la Pasión del Señor", que le cautivó desde la primera frase. Tras la inesperada muerte de Miró en 1930 al complicársele una apendicitis en peritonitis, el joven Gil-Albert le rindió homenaje con un libro breve que apareció en 1931: "Gabriel Miró (el escritor y el hombre)", reeditado en 1980 con el título de "Remembranza". Allí calificaba la prosa mironiana de modernísima, mientras que su precisión le parecía admirable: "Cuando Miró nos da una nota sobre un jesuita o sobre una hacendada de pueblo nos decimos: exacto. El jesuita o la ricachona de pueblo no podían hacer ni decir sino eso".

A Azorín –otro dios tutelar, en palabras suyas– no llegó a conocerle, en cambio. Sin embargo, reconoció que se le había impuesto con lentitud, leyéndole, sin apercibirse casi. Su influencia, de hecho, la juzgó decisiva; consistió en librarle de otros, "en ir redimiéndome del influjo ajeno". El autor de Monóvar tenía en su biblioteca un ejemplar de "Concierto en mi menor" en el que Gil-Albert le anotó su dedicatoria autógrafa en 1964, dedicatoria que era, a su vez, una declaración: "Al maestro Azorín, a quien tanto debo, a quien tanto debemos". Tiempo después le envió otro libro: "La Trama Inextricable", de 1968.

El poeta alcoyano manifestó, además, su devoción azoriniana en 1973: primero en el Ateneo Mercantil de Valencia, donde leyó su conferencia "Azorín y la intravagancia", y luego en Alcoy, donde la repitió. El texto de su doble intervención se editó ese mismo año, y una versión de él la expuso en enero de 1985 en la Casa Museo Azorín. Con motivo de esa visita escribió una reflexión en el Libro de Honor: "El tiempo pasa, pasa inagotablemente. Hoy, yo mismo estoy aquí, en lo que pudiéramos llamar la región inmortal de Él, de Azorín claro, al que yo leía, al que dediqué uno de mis libros cuando Él apenas, pienso si pudo leerme, se moría. Lo que no impidió que con temblor de pulso me enviara este juicio: Ha escrito usted un libro demasiado triste..." A esa carta se había referido en "Crónica General"; una carta "casi ilegible" que a Gil-Albert le parecía la misiva de algún varón remoto como San Isidoro. Una misiva que le provocó emoción al recibirla, según su testimonio: "Me conturbé porque, en aquellos trazos tambaleantes de un casi nonagenario que iba a desaparecer, sentí como si tuviera en mis manos el último soplo de una herencia".


Foto: Juan Gil-Albert firmando en el Libro de Honor de la Casa Museo Azorín, de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, en 1985.