Últimas palabras

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

12 junio 2002

Declara Camilo José Cela Conde a un semanario que una de las cosas "más absurdas" que leyó sobre la muerte de su padre fue lo de las últimas palabras que le atribuyeron. Recordemos que, según Marina Castaño y el entonces presidente de la Fundación Cela –ahora la presidenta es ella–, el premio Nobel se despidió de este valle de lágrimas con un "Te quiero, Marina" y un "¡Viva Iria Flavia!", en homenaje al pueblo natal. A mí me cuesta creer que una persona agonizante conserve la lucidez para saber cuál es el momento oportuno de pronunciar sus últimas palabras, e incluso me parece difícil vocalizar "Iria Flavia" en plena agonía.

Lo que ocurre es que ya es manía atribuir ocurrencias in extremis a personajes históricos. Paso por que el francés Rabelais, en el siglo dieciséis, le dijera al sacerdote que le administraba la extremaunción eso de "engráseme las botas, porque el viaje será muy largo", cosa que descubre que o bien deliraba o bien confundió al cura con el limpiabotas; pero no creo que Rabelais se parara en el último suspiro a darse el cierre teatral que se le asigna: "Bajad lentamente el telón, ha concluido la farsa". Tampoco me creo que el también escritor francés Alfred Jarry dijera hace noventa y cinco años aquello de "traedme un mondadientes". Como mucho, aceptaría la despedida de Einstein, pero lamentablemente la enfermera presente no entendía el alemán y nunca se ha sabido si lo que recitó era una ecuación o no.

La desventaja del finado, en estos casos, es que no se puede defender de los testigos que ponen en su boca alguna ocurrencia para uso de biógrafos. Tampoco es recomendable tener las últimas palabras preparadas, pues a la dificultad de que hay que conservar la cordura en el instante más difícil hay que añadir que se corre el riesgo de pronunciarlas antes de tiempo; ya que si el moribundo sale después del paso, se recupera y quiere que realmente sean sus últimas palabras se verá obligado a callar el resto de su vida.