Tanga de leopardo

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

6 junio 2002

La acción en Benidorm, después de la medianoche. Personajes principales: una prostituta que usa tanga de leopardo, prenda que aspira a convocar a cualquier Tarzán de la comarca que aspire a recibir un agasajo a precio pactado, y un cliente insatisfecho al que acaba de despachar en un descampado. Personajes secundarios: dos policías locales que rondan por cercanías y entran en escena al ser citados por un descamisado —el cliente insatisfecho—, quien está solicitando a la del tanga la devolución de la minuta e intenta, sin suerte, que ésta le pase las hojas de reclamación. Así consta en la versión periodística difundida de tan extraño suceso.

De toda esta historia lo que más destaca es ver que la modernidad ha llegado a un sector económico cuyos orígenes se remontan a los primitivos y primitivas, y cuya literatura se pierde entre ocurrencias verbales de más de uno: desde la muy comprensiva Sor Juana Inés de la Cruz, monjita mejicana que ya salía en defensa de las mujeres en el siglo diecisiete con cuatro versos —"¿O cual es más de culpar,/ aunque cualquiera mal haga:/ la que peca por la paga,/ o el que paga por pecar"—, a don Leandro Fernández de Moratín, que en el siglo siguiente dedicó a lo bruto un poema largo a las que igual llamaba cortesanas que garbanceras, gorronas que bribonas, daifas que trongas, potajeras que portaleras, pobretas que tributarias, títulos que suenan hoy a rancio y a políticamente incorrectos, por clásica que sea la firma. Es grato, en fin, constatar que entre los clientes que acuden a descubrir qué se esconde debajo de un tanga de leopardo hay ciudadanos comprometidos con la protección al consumidor; naturalmente partiendo del supuesto de que el descamisado de Benidorm no sea un picarón de esos que se quejan de vicio, a ver si les sale gratis el safari.