Evita, la ególatra

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

25 mayo 2002

La teatralidad marcó la vida de Eva Duarte de Perón, la popular y mitificada Evita que se erigía en voz de los "descamisados" argentinos mientras ella optaba por la ropa cara. Evita era actriz, y a las actrices les gusta impresionar al público. Les gusta que les aplaudan, que les admiren. Hay una razón para entenderlo: si no hay público ¿para quién se actúa?

Eva Duarte, de quien se va a cumplir dentro de poco el medio siglo de su fallecimiento, venía del teatro y de la radio. Pero no se consagró hasta que se casó con Perón, presidente de la República Argentina, y empezó a representar el papel de su vida: el de Evita. Lo hizo con tanta persuasión y demagogia que alcanzó la mitificación, como si realmente fuera lo que decía que era. Sin embargo, la que aparentemente daba la cara por los "descamisados" era, en el fondo, una egocéntrica mujer que no despreciaba la abundancia ni el protagonismo. Quizá sea el momento de recordar, aprovechando la inminente efeméride que nos caerá encima, lo que de ella contó José María de Areilza, embajador español en Argentina cuando se arregló su viaje a España en 1947. Areilza, que retrató una Evita que "vestía con lujo desde la mañana y llevaba, casi siempre puestas, joyas relucientes", escribió que un día fue recibido por ella con agresividad. "Sé que viene usted a torpedear mi viaje a España", le recriminó antes de conocer —a eso iba el embajador— que se le había concedido la Gran Cruz de Isabel la Católica. Una descamisada ejerciente probablemente hubiera aceptado el honor sin estridencias, pero Evita cuidaba la escenografía: "Necesito que esa cruz me la coloque el propio general Franco". A la respuesta, por parte de Areilza, de que no habría inconveniente, Evita añadió otra condición: "Necesito que se me condecore en público, ante una plaza llena de gente. Y también quiero que venga el general Franco en persona a esperarme al aeropuerto, cuando llegue". Sin duda, era una actriz.