El pollo sin plumas

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

22 mayo 2002

A este paso es muy posible que, en unos años, no comamos lo que creeremos que comeremos. Se avecina un mundo de sabores y mentiras gastronómicas con trampa y con cartón. Tanta clonación y manipulación genética sólo promete leche de oveja que no es de oveja o chuletas de cordero que no serán de cordero. Lo último es ese pollo sin plumas que se han inventado unos científicos israelíes en el laboratorio. De prosperar el hallazgo, las ventajas son múltiples; especialmente para los ganaderos, a quienes se les abaratarán los costes de la crianza. Parece ser, según los expertos en pollos, que al no perder tiempo en desplumarlos y conseguir que no pasen tanto calor —cosa que está asegurada sin plumas— el margen de beneficios de cada pollo aumentará considerablemente, debido a que se ahorrará en maquinaria para refrigeración y se reducirá la factura de energía. Eso sin evitar que se pongan igual de hermosos para no defraudar a sus carnívoros comensales, que somos nosotros. El negocio se anuncia redondo se mire por dónde se mire, aunque para ello haya que sustituir el pollo natural por el de probeta, que tendrá —eso sí— un sabor más científico. Lo que está claro es que si no bajan de precio a quienes nos despluman es a los consumidores. Sospecho que los empresarios del sector deben de andar más ilusionados que preocupados. Después de todo, hay consumidores que no distinguen pollo de perdiz. Cándido, el mesonero segoviano, se vio muy comprometido cuando visitó su restaurante el vicepresidente estadounidense Nelson Rockefeller, que había venido a España para asistir a la proclamación de Juan Carlos I como rey y a quien acompañaban cuarenta personas y su señora. Ésta pidió pollo, opción que a Cándido le pareció tan simple que prefirió servirle unas perdices estofadas. "Este pollo está buenísimo, jamás lo había probado así", le felicitó la ilustre dama. "Ni volverá a probarlo", garantizó el astuto segoviano.