Regreso al La, la, la

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

13 marzo 2002

El que no cree en milagros es porque se hace el remolón o porque no se ha enterado de lo de Operación Triunfo. El programa no sólo ha conseguido audiencias millonarias sino que ha hecho posible un prodigio impensable hace meses: poner de moda algo tan decadente como el Festival de Eurovisión, de escaso interés en las últimas décadas, desde que superó las noches gloriosas de los sesenta y setenta. Resulta que Eurovisión, invento en blanco y negro con sobrado regusto a siglo veinte, no sólo despierta nostalgia entre mayores: amenaza también con conectar con la juventud española del siglo veintiuno. ¿No es eso un milagro?

Uno se acuerda de Massiel y sus rodillas en el escenario del Albert Hall de Londres. Corría abril del 68 y nuestro país se anticipaba a las rebeldías del mayo francés —el de los lemas de "imaginación al poder" y otros— con ese estribillo que, a costa de repetir una sílaba, ya hubieran querido las autoridades españolas ver reproducido en las canciones protesta que vinieron después: "La, la, la…" Uno se acuerda de Salomé al año siguiente, en Madrid, con el traje de flecos que aseguran pesaba dieciocho kilos pero que no le quitaba el aire para proclamar que vivía cantando. Uno se acuerda de la emoción ante el televisor con el recuento final, gracias al panel enorme del escenario. Era la hora en que aquellas voces telefónicas irrumpían como portavoces de los jurados y pronunciaban poéticos mensajes como "United Kindong… five points", "France… for points" y, de largo en largo, "Spain… one point", mensajes que la presentadora anfitriona recibía con una sonrisa de oreja a oreja, exhibiendo su dentadura por vía satélite, al tiempo que repetía con alborozo: "Spain… one point", poniéndonos el nervio a mil hasta que superábamos a Noruega y quedábamos penúltimos, salvando el patrio honor. Aquello si que era excitación.