El yerno de Aznar

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

28 febrero 2002

De Arthur Conan Doyle, creador de Sherlok Holmes, se llegó a contar que cuando llegó a París y subió a un taxi se encontró con que el taxista, admirador de su literario detective, pasó a exhibirle su poder de deducción: "Doctor Doyle, por su aspecto veo que ha estado recientemente en Constantinopla. Tengo motivos para pensar también que ha estado en Budapest y me atrevería también a afirmar que no ha andado lejos de Milán". Asombrado el pasajero, le ofreció cinco francos por revelarle como lo adivinaba. "Me he fijado en las etiquetas pegadas a sus baúles", explicó el taxista. Esta escena nunca existió, según Doyle, pero sirve para ilustrar una evidencia. Con el mismo poder de deducción que el taxista, se veía venir que para Alejandro Agag no iba a ser fácil ejercer a un tiempo de político y yerno de Aznar. Su anuncio de que abandona la política puede sorprender, pero resulta lógico. Como secretario en Moncloa de su futuro suegro de 1996 a 1999 y como secretario del PP Europeo desde 1999, a Agag le ha tocado jugar en un plano que la multitud apenas percibe, en una dimensión mucho más cómoda que la que ocupan los de primera línea, los que se convierten en carne de cañón. A Agag no le debe de haber sentado nada bien el reciente reportaje de un semanario que no sólo le lucía en portada sino que ponía al descubierto su personalidad ambiciosa y sus calculados compadreos para promocionarse. Convertirse en hijo "político" de Aznar es ya el rizo del rizo. Tampoco debe estar acostumbrado a la crítica en público y a que le señalen como cabecilla del "clan de Becerril", ese grupo de jóvenes populares que superan la treintena de años y que durante el último congreso del PP se iba a comer y a dejarse fotografiar —el hijo de Suárez a su lado— a un hotel, pasando del menú congresual. Dadas sus ambiciones, su retirada parece un gesto de prudencia temporal más que su huida definitiva. Y eso lo adivinaría hasta el taxista de París.