Fujimori conferenciante

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

15 enero 2002

Fujimori es de los que se gustan a sí mismos. Así que no ha dudado en aceptar el reto de ser conferenciante en la Universidad Takushoku de Tokio, aprovechando que Japón le guarda entre algodones y le rinde agradecimiento por despejarle, cuando mandaba a su antojo, la embajada en Perú de terroristas. Casi todo infeliz que pasa por la política padece de lo mismo, de quererse mucho, si bien los acontecimientos ponen a cada ejemplar en su lugar: en el muy concurrido lado de la mediocridad o en el más raro y apreciado de los estadistas. Con galones sobrados para figurar en el primer grupo, Fujimori no pasó de ser una calamidad para Perú. Y, de hecho, no halló otra salida que fugarse a Japón, dándole esquinazo a la justicia de su país. Los regímenes de Sudamérica padecen a menudo de esa alternancia entre el autoritarismo populista y el militar, alternancia que promete grandes espectáculos de sus dirigentes. No parece importar cómo se llega al poder si al final los resultados coinciden: abuso de autoridad, limpieza de contrarios, libertades heridas y más poderes, cambiando la Constitución, para el presidente o general. El cara de Fujimori, que se conserva a cubierto por dónde asoma el sol naciente, podría dar conferencias de otras muchas cuestiones en su refugio asiático. Tras su estreno hablando sobre terrorismo, seguro que lo suyo da para un curso entero. Podría instruir sobre cómo hacer teatro ante las masas, contar con pelos y señales intrigas de corrupción política, explicar lo gratificante que resulta oír a sus aduladores, aleccionar sobre caciquismo andino y técnicas de soborno, o prestarse a dirigir prácticas para quitarse de en medio a los adversarios. Todo es querer. Y si Fujimori quiere puede consagrase como docente mientras Perú confía en recuperarlo para que pronuncie allí, también, otras conferencias y responda en algún coloquio a los jueces. Ganas de oírlo, desde luego, tienen. Con el permiso de Japón.