Europa en la mano

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

4 enero 2002

Esta vez sí. Esta vez han bastado tres días para que se haga realidad toda la teoría europeísta que se viene probando desde los años veinte del pasado siglo, desde que los primeros ilusos de la causa fundaron en Viena un movimiento paneuropeo. Europa —la de la Unión, porque no hay que olvidar que hay otros europeos más al este— llega a lo más íntimo de sus ciudadanos: al bolsillo. Y eso se nota. Las palabras de los intelectuales de antaño, que con Europa tenían un entretenido tema de conversación, se han hecho euros contantes y sonantes para demostrar que puede más una moneda o un billete en mano que las especulaciones en letra impresa. Y es que no hay nada como tocar identidad e intercambiarla.

"Hay costumbres europeas, usos europeos, opinión pública europea, derecho europeo, poder público europeo", escribía muy cierto Ortega y Gasset en los años treinta. Pero los "europeítos" de la zona euro no hemos acabado de creérnoslo hasta que en las ranuras de los cajeros automáticos han aparecido los primeros euros limpios e impecables. A la Unión Europea se le podía achacar que fuera una idea de salón, primero, y una creación de los Estados, después, sin participación ciudadana apenas. Ni siquiera a la hora de votar en las elecciones al Parlamento Europeo se ejerce un verdadero europeísmo, al acabar votando a los mismos partidos nacionales que discuten en campaña sobre polémicas de andar por casa. De ahí que en pocos días el ciudadano haya sentido más a esa vieja Europa que en las ocho décadas anteriores. Ha costado, pero al menos hoy por hoy ya se puede practicar el europeísmo con una de las primeras señas de identidad efectiva —aunque presumiblemente provisional— del siglo veintiuno: la calculadora conversora. En adelante, habrá que pensar también en esas otras identidades de las que hablaba Ortega.