Elogio del belén

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

21 diciembre 2001

Es uno de los placeres estéticos y más estimulantes que invaden los hogares latinos por Navidad. Vale tanto para los pequeños como para los grandes, para los más y los menos exigentes, para devotos y agnósticos. Arraigado en la escena familiar, el belén resiste la ya larga acometida que la cultura gélida de anglosajones y escandinavos nos ha impuesto con Papa Noel y el árbol de Navidad, un abeto que suena más a norte europeo, nevado y gris, que a sur soleado. Lo mediterráneo y latino es el belén encima del tablero o la mesa improvisada: el serrín que simula la tierra y la arena, el musgo que pone algo de vegetación al paisaje, las palmeras, las montañas un poco peladas, las figuritas con la ropa justa, el rebaño de ovejas o los camellos. Poner en el monte del belén una vaca suiza da mucho cante, porque el belén es en definitiva lo nuestro. Lo otro, por mucho culto que le rindamos en beneficio del consumo, es frío bajo cero. ¿Qué pinta en el sur un barbudo viajando en trineo, precisamente en este país en el que ya suspendieron unos mundiales de esquí por falta de nieve?

Cerca de cumplir ochenta y cinco años, un intelectual como Claudio Sánchez-Albornoz publicó un bellísimo artículo en 1977. En pocas líneas recordaba el significado que para él tenía el belén. Incluso de mayor se entretenía don Claudio montándoselo a sus hermanos menores —a uno le llevaba diecinueve años— y a sus hijos, favor que le ocupaba un día o más. "Gozaba yo más que la chiquillería de la casa", reconocía. "Iba irguiendo cerros y aplanando los llanos. Después los cubría con musgo o con cortezas de grandes árboles que semejaban peñas; los adornaba con palacios, torres, casas, molinos; trazaba con arena caminos y calzadas y ríos con espejos o con hojas de lata preparadas para que pudiera el agua circular por ellas y construía después algunos puentes". ¿No es esto, acaso, más creativo que colgar en un abeto cuatro o cinco bolas y una ristra de lucecitas?