Afganinstein

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

10 diciembre 2001

Algún humorista gráfico ya ha representado la reunión de Bonn sobre el futuro gobierno de Afganistán dibujando al monstruo de Frankenstein con pedazos de las distintas etnias: que si un buen cacho de pastunes, que si otro de tayikos, que si cuarto y mitad de hazaras y algo menos de uzbekos, que si un poco de grupo de Roma y una pizca del de Chipre. En realidad, la reunión de Bonn se parece por los resultados a la que tuvo lugar en 1816 en Villa Diodati, situada en los alrededores de Ginebra, con diferentes propósitos. Asistían un puñado de románticos: el poeta Lord Byron, su secretario y dicen que también su amante William Polidori, otro poeta, Percy B. Shelley, y su futura esposa Mary. Para distraer el aburrimiento nocturno convinieron en contarse historias tenebrosas, comprometiéndose a publicarlas. Sólo Polidori, que llevaría a la imprenta su relato "El vampiro" —una anticipación de Drácula—, y la que llegaría a ser conocida como Mary Shelley cumplieron el encargo, esta última con su historia sobre el montaje de un engendro compuesto por diversos trozos humanos, ajustados por el obsesionado doctor Frankenstein. Así nació en el siglo diecinueve un mito literario que el cine de Hollywood se encargó de estropear en el siglo veinte y la comunidad internacional pretende recrear en el veintiuno, con el gobierno post-talibán de Afganistán cosido y recosido en el laboratorio político de Bonn. El batiburrillo se intuye difícil y ya presenta notables incertidumbres por los tira y afloja que dificultan su composición y salpican, antes de echar andar, sus preliminares. Si no se levanta con las piezas encajadas y su cuerpo fragmentario no coordina sus movimientos, Afganinstein (llamémosle así) podría ser un desastre de criatura; y ya tiene gracia que las desavenencias creadas por los humanos y las diferencias tribales los tenga que resolver un monstruo.