Y Pérez-Reverte la lió

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

24 noviembre 2001

Se practica una costumbre fea en los actos públicos: la de saltarse la puntualidad a la torera. Que una conferencia tarde en comenzar es algo que forma parte de la cultura rancia de la latinidad. Existe incluso una figura que interpreta su papel a la perfección. Es la figura del bonachón que, a los seis o siete minutos de sobrepasar la hora señalada, se acerca al micrófono e inicia un viejo ritual que dura tres minutos más. Se pasa el micro de mano a mano, lo examina mientras busca el botoncito que lo pone a funcionar, llama a un colaborador de la organización que lo examina también, aunque sin dar con el botoncito, reclaman ambos con una señal al conserje del fondo de la sala, quien recorre acelerado el pasillo hasta subir a la tarima, dándole allí mismo al botoncito y retirándose para dejar sólo al bonachón primero, que pronuncia de memoria la letra de su papel: "vamos a conceder cinco minutos más de cortesía y empezamos". Nunca he entendido por qué los organizadores de actos se empeñan en ser corteses con los impuntuales, consiguiendo al mismo tiempo ser descorteses —como alguien observó— con los puntuales. Por eso entiendo que a Arturo Pérez-Reverte, a quien se le reconoce puntualidad centroeuropea, le entrara el nervio en Murcia, cuando vio hace poco que era hora de empezar su conferencia en el ciclo Encuentros en el Mediterráneo y faltaba el presentador del acto, el profesor Victorino Polo, coordinador del ciclo. Por lo que apunta la prensa del lugar, parece ser que la demora era ya escandalosa cuando el escritor solicitó empezar. Lo malo es que, una vez hablando, llegó el presentador, interrumpió indignado y excusó su tardanza con argumentos irrefutables. "Ninguna conferencia empieza puntual", acertó por un lado. "No admito ni permito que se empiece un acto sin el coordinador de las jornadas, es una impertinencia, una falta de educación", añadió por otro. Y Pérez-Reverte, claro, la lió.