Reporteros de guerra

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

23 noviembre 2001

Pedro Antonio de Alarcón fue uno de los primeros reporteros de guerra españoles a la moderna. En diciembre de 1859, cuando tenía veintiséis años y no era todavía el conocido escritor que llegaría a ser, se embarcó para África a cubrir la guerra de España contra los marroquís. Las primeras líneas de su primera crónica, escrita en Málaga, delataban el fervor patriótico con el que asumía su empeño, dejando al descubierto su parcialidad. "¡Al fin amaneció el día de nuestra marcha! ¡Al fin vamos a participar de los peligros y de la gloria de nuestros hermanos, que luchan y mueren como leones al otro lado del Estrecho!". Los reporteros de guerra actuales no viajan, como entonces, a participar de la gloria de nadie, pero sí de los peligros. Y el asesinato en Afganistán de Julio Fuentes y los tres colegas que le acompañaban nos ha forzado a admirar el trabajo de estos aguerridos profesionales, de estos temerarios que a poco que se despistan entran en lo que Pérez-Reverte denominó "territorio comanche", el lugar —en palabras suyas— donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta, el lugar donde no ves fusiles pero los fusiles si te ven a ti. Y todo ese juego en el que la vida del corresponsal es la moneda con la que apuesta no tiene otro sentido que entretener a quienes con comodidad, plácidamente, sin contratiempos, leemos las noticias a muchísima distancia, removiendo el azúcar en el café o sentados a nuestras anchas en el sofá. Qué más da dónde leamos, si al final resulta inevitable el destino sobre el que avisó Lippman a los periodistas: ese de que tus grandes exclusivas de hoy envolverán el pescado de mañana. Se elogia ahora a esta especie de raros que van por el mundo y se autocalifican de "tribu". Y sin embargo la del reportero bélico es una especialidad que ojalá se extinga; que ojalá llegue el día en el que no haya guerra sobre la que informar.