Pasión Vega

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

2 noviembre 2001

Irrumpe encandilando con su voz y está llamada a ser una estrella. El éxito que ya tiene, lejos de subírsele a la cabeza, le deja perpleja, como si se preguntara eso tan redicho de qué he hecho yo para merecer esto. Pasión Vega no es todavía mito, pero será. Aunque aún son muchos los que ignoran su nombre, de esta joven cantante de veintitrés años que nació en Madrid, se crió en Málaga, estudió magisterio y saltó —según me informa mi vecina, que le ha oído en una entrevista por radio— del coro de la Iglesia al escenario, se han dicho cosas como que es "sinónimo de apoteosis", que "no se puede cantar mejor que ella lo hace" y que "es un punto y aparte en esto de la copla".

Hace meses oí cantar a Pasión por primera vez. La oí en el coche, con Cadena Dial sintonizada. Sonaba "La vida en gris" y cuando el locutor pronunció su nombre traté de retenerlo en la memoria para irme esa misma tarde a comprar su último CD. Pasión Vega no canta sólo coplas, pero cuando le da a este género tan tradicional sucede que su voz, su forma de vestir y su manera de cantar aportan modernidad. El suyo es un estilo de revolución, como lo fue el del llorado Carlos Cano. Y esa revolución moderna es la que le permite —la que le va a permitir— conectar con nuevos públicos a los que la copla, por qué no vamos a decirlo con claridad, les trae sin cuidado gracias al delirio en falso que representan las Pantojas, Marujitas y similares que han puesto freno a toda evolución, quedándose en secuelas imperfectas de aquellas Concha Piquer o Juanita Reina, que dicen los expertos que son las míticas. De ese histrionismo de moño y de peineta, de exagerada vestimenta, volantazos y gorgoritos vocales que vuelven loca a la galería es de lo que Pasión Vega nos está salvando. ¡Que Dios nos la conserve!