El nuevo Diccionario

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

20 octubre 2001

Nada tienen que ver un diputado y un lenguado. Nada, salvo que se recurra a los inevitables anecdotarios del parlamentarismo español, tan entretenidos como triviales. Es posible, entonces, recrearse con el elogio que le dedicó un indiano afincado en Asturias a don Melquíades Álvarez, diputado reformista en la Restauración. Alabando su oratoria, quiso dejar constancia de las bondades del político ante los comensales de un banquete, llegando a esta notable conclusión: "Digan lo que digan sus enemigos, don Melquíades, usted será siempre el mejor lenguado de España".

Al indiano le traicionó un descuido: el de no consultar previamente el Diccionario, con lo que se hubiera evitado el sofocón de llamar pez en público a toda una señoría del Congreso, que igual no sabía ni nadar. Me he acordado de este suceso ahora que acaba de aparecer, en papel y en internet, un nuevo Diccionario de la Real Academia Española, ampliado y actualizado. En un diccionario está la materia prima que se requiere para el buen decir: desde las voces precisas a la hora de escribir un libro a las que ayudan a perpetrar una declaración de amor. Todo es cuestión de extraer las palabras justas y ordenarlas. Pero la materia prima, aun siendo imprescindible, no es suficiente. Lo digo por quienes todavía confunden conocimiento de un idioma con riqueza de vocabulario. Se requiere algo más, como sugería aquella crítica originalísima que, en la década de los cuarenta, publicó la "La codorniz" sobre el Diccionario de la Lengua: "Palabras, palabras y palabras sin nexo alguno entre ellas, sin argumento, sin tesis, sin prólogo ni epílogo. ¿Qué ha pretendido el autor? ¿Hacer ver que sabe muchas palabras? Y ¿de qué le sirve? También el camarero de un restaurante sabe los nombres de muchos platos y sabe decir merluza, pollo y guisantes, pero no le pidan ustedes que haga el menor guiso".