Al doctor BarnardJOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com] |
5 septiembre 2001 |
Señor Christian Barnard: no tengo
por costumbre escribir a personas fallecidas porque eso
es como practicar el espiritismo epistolar, que no es mi
género. Sin embargo, nada más enterarme de su muerte,
he decidido romper esa costumbre. Aunque no he tenido la
oportunidad de conocerle, sepa que siento muchísimo su
final en Chipre. Ha ido usted a cerrar su vida con un
ataque al corazón, desenlace injusto para quien dio que
hablar en 1967 por salvar del anonimato a la joven
empleada de banco sudafricana que a los veinticinco años
murió atropellada y cuyo corazón trasplantó usted, con
la ayuda de otros veinte médicos, a un paciente
desahuciado. Se habló entonces de "El milagro de El
Cabo", pues la proeza, además de no contar con
precedentes, equivalía a llevar la ciencia-ficción a la
mesa del quirófano, lo que le convirtió en un personaje
bastante original. Gracias a ese "milagro" se
convirtió también en uno de los nombres propios del
siglo veinte, y en uno de los animadores más útiles de
la década de los sesenta, copiosa en mitos: desde Marilyn
Monroe a Kennedy, desde Juan XXIII a Los
Beatles, desde Cassius Clay al primer hombre
que pisó la Luna, desde Sofía Loren al Che
Guevara. Los hay, ya ve, para todos los gustos. Y
fíjese si el mundo ha cambiado que, desde entonces, el
único mito aclamado en multitud ha sido Lady Di,
una señora que ni chicha ni limoná. Para muchos
enfermos del corazón cuya existencia dependía de
soluciones extremas, su nombre, doctor Barnard, abría la
puerta de sus ilusiones, y eso ya merece agradecimiento.
Consiguió además que Sudáfrica no sonara sólo por la
discriminación racial, por aquel vergonzoso
"apartheid" que marginaba a los negros y sobre
el que usted, un blanco de la provincia de El Cabo, fue
crítico "inequívoco", como se ha encargado de
recordar ahora Nelson Mandela. Por todo ello,
reciba un cordial saludo. De todo corazón. |