Un cacho de Muro

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

14 agosto 2001

Lo levantaron en agosto, hace cuarenta años. Para quienes parte de nuestra vida ha transcurrido en convivencia con la "guerra fría", el Muro de Berlín era su símbolo, a pesar de que en el momento de su construcción, desde el 13 al 18 de agosto de 1961, desde que Alemania Oriental inició la separación de la ciudad con una línea blanca y alambradas al levantamiento definitivo del paredón, la "guerra fría" ya era una realidad desde hacía años.

Para los más jóvenes, en cambio, el Muro de Berlín es una referencia histórica. Quien tenga ahora veinticuatro años tenía doce cuando en noviembre de 1989 se derribó. Es posible que a esa edad no comprendiera con exactitud el significado de esa vergüenza de cemento y se haya tenido que enterar después. Para mi hija, que nació a los tres años de tan sonado derribo, el muro es por el momento un "souvenir", acostumbrada a ver un cacho de él en mi despacho de trabajo junto a la certificación de autenticidad —vaya usted a saber si verdadera o falsa— y cerca de una reproducción de la torre de Pisa adquirida a la sombra de su inclinación, un busto de Dante comprado en la mismísima Florencia y un pequeño sarcófago de Tutankhamón que mis padres me trajeron de Egipto.

Conseguir el pedazo de muro fue mucho más fácil, pues no tuve más que ir al quiosco habitual y comprar la revista que, en 1990, lo regalaba, lo que te permitía convertirte en propietario de un trozo de vergüenza sin necesidad de plantarte en Berlín. Si el pedazo es verdadero, creo que está mejor repartido por los hogares del mundo que todo junto. Pero no para conservarlo por debilidad fetichista o cursilería turística, sino para recordar, de vez en cuando, hasta qué punto puede llegar la estupidez humana cuando ejerce el poder con la intención de dominar hasta las conciencias del prójimo.