Severino el "clonador"

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

12 agosto 2001

Hacia 1887 un náufrago fue a dar a una isla del Pacífico. No estuvo sólo, pues allí encontró a un enigmático personaje cuyo motivo de retiro no tardó en conocer. Se trataba de un científico que experimentaba algo descabellado: metamorfosis de animales a humanos, y viceversa. Para sorpresa del náufrago, contaba ya con algunos logros, por lo que fue inevitable el debate sobre la ética de su proceder. El científico fue claro: "He proseguido mi trabajo, sin hacer el menor caso de nada que no fuera el asunto que perseguía". Ni la historia ni la escena es real. Tan sólo ocurrió en la imaginación de H.G. Wells cuando escribió su novela "La isla del doctor Moreau", publicada en 1896. Conviene recordarla por los paralelismos que guarda con ese prototipo de investigador, reutilizado en cine y literatura, que crea o transforma vida en clandestinidad, ajeno a leyes y limitaciones éticas.

El italiano Severino Antinori tiene un poco de doctor Moreau, tanto por su proyecto de clonación humana —que él llama "reclonación"— con el ánimo, según dice, de facilitar la reproducción a parejas sin hijos, como por su disposición a investigar donde sea, incluso en un barco en alta mar, libre de cualquier jurisdicción prohibitiva. Lo suyo, que como es natural está en el ojo del huracán, podría no ser nada en cambio si se compara con la incertidumbre del qué vendrá después, sobre todo si se llega a combinar en el futuro clonación con manipulación genética, dadas las posibilidades de negocio. ¿Se podrán crear, por ejemplo, ejércitos o cuerpos policiales de clones exageradamente agresivos que puedan ser utilizados por gobernantes totalitarios para controlar la población? ¿Existirán laboratorios que ofrezcan la venta de copias de "top-models", en versión masculina y femenina, con el gen de la voluptuosidad llevado al límite? He ahí el dilema.