El diablo Arzalluz

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

6 agosto 2001

A Xavier Arzalluz le han pillado declarando sus principios a un diario polaco. Y parece ser que esos principios se resumen en una frase: "No necesitamos a Madrid para nada". De hecho, asevera en la entrevista que a los vascos les interesa más una línea de tren de alta velocidad desde Bilbao a Burdeos que a la capital española, o que les irá mejor con el euro porque así no dependerán de una política monetaria trazada por España. Naturalmente Arzalluz, político de rostro malhumorado y habituales muecas de cabreado, sigue creyendo dos cosas: que, cuando habla, representa a todos sus paisanos, incluso a los que no votan al partido que preside, y que su pensamiento es el pensamiento único de Euzkadi, confundiendo mayoría con unanimidad.

Y es que Madrid es su cruz. En eso no ha cambiado mucho respecto a quienes, en agosto de 1893, gritaban en Guernica, como protagonistas del entonces incipiente nacionalismo vasco, aquello de "¡Abajo la preponderancia de Castilla!" o "¡Abajo la centralización!". Aunque eran otros tiempos, con una arquitectura de Estado que tiene muy poco que ver con el diseño autonómico actual, el discurso se repite en este siglo veintiuno. La gracia es que si Arzalluz fuera un diablillo impertinente de los que ocupan cuerpos y soportan exorcismos sería demasiado vulnerable. No sería necesario salpicar al poseso con agua bendita ni pasarle cruces por la cara, que es lo que toca. Al exorcista de guardia le bastaría con pronunciarle la palabra maldita, "Madrid", para incomodar su presencia e infundirle un pavor irresistible. Lo que pasa es que ya nadie cree en el Diablo. Ni en Baudelaire, que —seguramente con buena intención— quiso avisarnos de que "la mayor astucia del Diablo es convencernos de que no existe".