No me llames, Laura

JOSÉ FERRÁNDIZ LOZANO [www.joseferrandiz.com]

13 julio 2001

Desde hace un tiempo, el marketing telefónico ha dado conmigo, y una voz amable, cuya titular se identifica con el nombre de Laura, trata de convencerme de que tengo que tomar una de las decisiones más importantes de mi vida: la de morirme tranquilo. La tal Laura me razona la conveniencia de suscribir un seguro que cubra los gastos del funeral, aprovechando que, en caso de aceptarlo y pagar una módica cantidad durante lo que resta de vida, el siniestro es seguro y llegará el día en que mis familiares agradecerán el sacrificio. Le pone tal encanto al contarlo que dan ganas de morirse, oiga.

Que el siniestro es seguro no lo dudo. Es más, siento una especial predilección por la parábola del esclavo que huyó a Samara porque vio por la mañana a la muerte en el mercado y ésta le dirigió un gesto que le pareció amenaza. Enterado su amo, se fue a protestarle a la mismísima muerte, a quien le preguntó enfadado: "¿por qué has amenazado a mi siervo?". La muerte, sin perder la compostura, le respondió: "no ha sido un gesto de amenaza, sino de sorpresa al verle aquí, siendo que esta tarde tenía una cita conmigo en Samara".

El caso es que Laura, a quien no creo que le interese más el bienestar de los primeros momentos "post-mortem" de sus clientes que la comisión a cobrar, sigue llamando. Antes de imponerse el marketing telefónico te visitaban. De niños veíamos cómo pasaba un cobrador por casa de nuestros abuelos, con rigurosa puntualidad mensual, y les expedía un recibo. "Es que me estoy pagando el entierro", te explicaba la abuela cuando le preguntabas quién era ese señor. Así que no sé qué decirle a Laura, sobre todo desde que he leído que una señora en Elche que se cotizaba durante 53 años su seguro funerario no ha podido ser enterrada en un nicho de la categoría pactada en la póliza.