Un libro analiza la faceta de periodista y político de Azorín

José Ferrándiz Lozano recoge en «La cara del intelectual» artículos sobre el escritor de Monóvar dados a conocer en diversos congresos / El autor alicantino elogia su papel pionero en periodismo y critica sus vínculos políticos con el caciquismo

2 mayo 2001

R. A. "El arte del periodista es el de saber contar. El de saber narrar los hechos, y el de explicar las fases, los matices, los pormenores de un problema político o social», decía Azorín en 1928. Le avalaba, ya entonces, una larga experiencia como escritor, periodista y personaje inquieto por la política. Esta faceta múltiple del escritor de Monóvar, que no renunció a influir en la opinión pública, es la que le convierte en un intelectual, a juicio del escritor alicantino José Ferrándiz Lozano, colaborador de Información y autor del libro Azorín, la cara del intelectual, publicado por la editorial Agua Clara y el Instituto Juan Gil-Albert.

Con un abundante material gráfico -más de ciento veinte reproducciones de fotografías y recortes de prensa de la época-, el libro, que acaba de distribuirse en librerías, reúne ocho ensayos dados a conocer por su autor entre 1992 y 2000 en publicaciones especializadas y encuentros internacionales de España, Francia e Italia. Santiago Riopérez, biógrafo de Azorín, destaca en la introducción que Ferrándiz Lozano se ha convertido, en los últimos ocho años, «en una de las más prometedoras mentes jóvenes de la incesante bibliografía azoriniana».

Azorín, la cara del intelectual, subtitulado «Entre el periodismo y la política», revisa la personalidad del escritor de Monóvar en el primer tercio del siglo XX, en el que no sólo se consagró como autor literario con títulos que son clásicos en las letras hispánicas sino que mantuvo una intensa actividad periodística y política, ocupando en cinco ocasiones escaño de diputado con los conservadores.

El primero de los ensayos es la conferencia «Azorín, sin tópicos» que el autor pronunció en el Casino de Alicante en 1999, tras ser elegido Azorín como el «Alicantino del siglo XX» en una votación celebrada entre sus socios. En esta conferencia ya formuló una reivindicación más global del personaje, que a menudo es visto tan sólo como creador literario, olvidando otras facetas de su obra. «A Azorín -dijo entonces- sólo es posible comprenderlo en su integridad en un escenario en el que venían a confluir el literato, el periodista y el personaje inquieto por la política». Y esa confluencia, concluyó, es la que define la figura del intelectual.

La visión que da de Azorín en el libro es, en cambio, crítica. Lejos de cualquier tentación de encariñarse con el personaje, es capaz, por un lado, de presentar a un Azorín admirable en el ensayo «Precursor del nuevo periodismo», en el que prueba que fue un adelantado a principios del siglo XX de las técnicas periodísticas que se extendieron en los años sesenta, o de dar una visión amable cuando analiza la ironía de sus crónicas sobre el viaje de Alfonso XIII a París y Londres en 1905 («Enviado especial de Abc en País»), y es capaz, por otro lado, de llamar la atención sobre un Azorín que aceptó manipulaciones electorales para sus beneficios políticos. Su elección como diputado sólo es explicable, según Ferrándiz, si se relaciona sin disimulo con el fenómeno del caciquismo («Azorín y el caciquismo. El camino al Congreso»), en tanto que su actividad como corresponsal en Francia en la primera guerra mundial hay que ligarla a las campañas de propaganda organizadas especialmente por los norteamericanos («Al servicio de los Estados Unidos»).

Otros de los ensayos de este libro pretenden contradecir interpretaciones aceptadas desde hace años, proporcionando lecturas inéditas. El reiterado empeño de Azorín de calificarse como un mero observador de la política es puesto en duda con un estudio -en el que recurre incluso a metodologías estadísticas- que pone al descubierto que no renunció a la acción política desde la prensa («El periodismo como acción, el escaño como butaca»), mientras que su devoción por el surrealismo en los años veinte tendría mucho más que ver con las limitaciones a la opinión que impuso la censura de Primo de Rivera que con el propio interés vanguardista de Azorín («Dictadura y vanguardia: su huida de la censura»). Completa el volumen un breve ensayo, escrito en colaboración con José Payá, actual director de la Casa Museo Azorín, sobre la amistad del de Monóvar con Antonio Machado.